Buenas,
Bhamo es uno de esos sitios a los que he ido y luego me costaba marcharme. Cinco noches en la misma cama, mi record personal. 🙂 Tiene un montón de sitios para ver y pasear por los alrededores. Pero lo primero que te llama la atención es el pueblo en sí. Como sacado de un cuento de hadas, pero en medio de la selva a orillas del Ayeyarwady.
Casas de madera, principalmente muy oscura, de teca. Y de repente vuelves una esquina y te encuentras con un puente colgante. Es difícil imaginar semejante barranco en un pueblo pequeño.
Pero doblas otra esquina y te encuentras un monasterio lleno de colorido.
Esta es la calle que linda con el río. La tranquilidad y la curiosidad de los habitantes ante el extranjero ese tan raro y largo que pasea hoy se entremezclan con los «árboles de la lluvia» cuya sombra resulta imprescindible con frecuencia.
En Myanmar los árboles predominan en las zonas urbanas y escasean en los alrededores que son aprovechados para cultivos.
El transporte público habitual es en coches de caballos (aunque tal vez debiéramos decir «de caballo») junto a los triciclos. Si bien estos últimos tienen algunas cuestas incómodas.
Trataba de aprovechar la figura de esta señora para incluirla en la foto y mientras esperaba que llegase al punto ideal, alguien le informaba «que estaba estorbando para la foto» pensando que yo solo quería sacar el edificio, por lo que terminó por agacharse.
Y para terminar por ahora os dejo con la torre del reloj. Algo muy típico en Myanmar que era azul cuando llegué, pero que los que vayan después la encontrarán de color beige.
Al fondo a la izquierda vive el señor Sein Wein. Una persona estupenda y guía del que ya os hablaré.
Saludos,
Colegota